viernes, 12 de agosto de 2011

Historias de Barrio: El Kiosko

Quien escribe y Kuki en kiosco de los Carlé.
 En aquellos años, fines de los cuarenta y comienzos del cincuenta, los kioskos eran rudimentarios. Como la mayorìa de las casas tenían verjas, el negocio de ese tipo se lo ubicaba en una casucha casi siempre de madera, dando a la vereda. En Sobremonte al 2000, don Sánchez, bien morocho y buen tipo, tenía un kiosko así, el que luego al progresar, porque también vendía diarios y revistas, fue trasladado a su propia nueva vivienda, a la vuelta, por Fray Donatti. donde ya había un salón para eso. De más está decir que yo compraba ahì Patoruzú y El Pato Donald y a veces Rico Tipo con las chicas de Divito, aunque esto, por las caricaturas de esas minas monumentales estaba reservado para los mayores. Es que a veces era el
reto, ir a donde estaba prohibido pero en absoluto para nada malo, lo mismo pasaba en el billar del Nipon, el Expléndido o Imperio en el centro, era "colarse" donde estaban los grandes para ver como era nada más, es decir una pequeña aventura; no pasaba nada.
Volviendo a los kioskos, con estos negocios ocurría algo parecido al quincho de la casa que antes era una cosa tosca con tirantes y paja en el techo, ahora cuando te invitan a "mi quincho" preparate, es mejor ese lugar que la propia vivienda; resumiendo de quincho no tienen nada, al menos comparado con los de aquellos tiempos. Pero con muchas cosas actuales como los kioskos pasa lo mismo y eso será otra historia.
Vamos a la nuestra. Frente a la Oleaginosa, en la calle entonces Presidente Perón (hoy Santa Rosa) esquina Sobremonte, en un baldìo bien frente a la fábrica en ochava, había un kiosko de madera, que parecía insignificante en tanto espacio, con una puerta atrás y una abertura pequeña para atender adelante, puesto por Juanito, empleado de la ORC y su esposa Rosa. Ella trajo de Buenos Aires "al Ruben" (con acento prosòdico en la u y no Rubén  y lo mismo pasaba con otros nombres cuando venían especialmente desde la Capital) para atender el negocio, lo que hizo poco tiempo ya que le convenía volver a la gran ciudad.
Nosotros vivíamos al frente y como mi padre también estaba en la fábrica y era amigo de Juanito, quien tenía una hija, Kuki, menor que yo (mi edad entonces era de 12 años), la atención del lugar estaba a cargo de Rosa y con Kuki le "ayudábamos", tras la ida "del Ruben" con quien pese llevarme algunos años de ventaja, teníamos una linda amistad, que seguimos cultivando en la distancia por varios años.
Vale la pena detenerse en lo que se vendía en el lugar. Por supuesto, caramelos, cigarrillos Clifton, Particulares, Fontanares, Prestigio, Commander, tabaco, papel, "gilletes", lápices, cuadernos, pan, facturas y especialmente los "sandwichs" de mortadela o salame, que fue lo más rico que probé en mi vida.
Frente actual de lo que era la Oleaginosa Río Cuarto
Mi padre fumaba "un chala" de vez en cuando, que se armaba con la chala del maiz en lugar del papel de fumar y lo hacía con mucha habilidad.
Con el tiempo Juanito y su mujer dejaron el negocio, en el lugar se construyeron las canchas de bochas para los empleados y la gente del barrio, que era como una especie de club. Después ahí se levantó otro de los galpones de la aceitera.
También papá dejaría con el tiempo la fábrica y Juanito y Rosa que vivían en el barrio creado por Crisol (dueño de la ORC) se trasladaron por un tiempo a Buenos Aires para volver más tarde. Primero falleció él y después su mujer.  Kuki quedó en la Capital donde se casó y nunca más la ví, creo que ahora está en la zona de Merlo, San Luís, como tampoco supe nada Ruben.
Pero además del recuerdo de la amistad entrañable con estas personas, me quedó en la mente ese paisaje del kiosko perdido en el campito, las tardes de juego a la pelota, las cupecitas, las bolitas... y los "sandwiches" increíbles, para mí mucho más rico que el mejor plato de un restaurante de hoy. De todas maneras, siempre hay un  pero con el pasado, todo aquel paisaje.... y el sandwich del kiosko, que si hoy lo hacés en tu casa no es lo mismo; falta todo aquello que era como el condimento imprescindible para comerlo. Y así es la vida. Hoy casi no hay campitos, ni el potrero o la pelota para nuestros hijos y nietos, perdidos en la cibernética y en un modernismo que por ahí te parece que no sirve para nada.

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